24 mayo 2006

Carta a una "Barbie Girl"

En un mundo barbie, la vida sin vivir en ti, es fantástica.

Siempre supe que eras diferente. No digo especial. Digo diferente. Fuera de lo normal. Atípica.

Y sin embargo deseando todo lo frecuente sólo para ti. Algunos psicólogos aseguran que se escribe con la izquierda para llamar la atención. Será también que te hacías la tonta, la sorda y la ciega para nunca tener que esforzarte. Y como no podías ser la mejor, tenías que ser la peor para destacar en algo. Aunque todos lo pasamos mal en la vida, tú acumulaste tus tragedias, te rodeaste de dramas que no eran necesarios durante toda tu existencia para poder dejarte llevar por la pena y por la lástima que inspiras. No sabrías vivir si no fueras víctima. Para tener muy claro lo que eres y lo que quieres ser.
Y lo único que puedes ser. La pobrecita.

Es curioso porque más de media España crece con carencias afectivas o en un entorno destruido donde la estructura familiar directamente no existe, y sin embargo actúas como si la única que sufre en todo el universo fueses tu. Debe ser que a los demás les dan al nacer un escudo cósmico de auto defensa que les hace más fuertes y así como nada les afecta pueden seguir adelante. Realmente crees que de todo lo que te ha pasado nada era evitable?
Aún no has superado que en “Sensación de vivir” Dylan cambiase a Brenda por Kelly, construiste a tu alrededor un Melrose Place donde poder desarrollar toda la estupidez que la caja tonta y la falta de caso te metió en la cabeza desde muy pequeña. Cuando tenga hijos, evitaré ciertos programas televisivos...

Y de la poca o mucha inteligencia que te tocó en esta vida, toda ella la canalizaste hacia la misma cosa, tener una doble personalidad a medias, donde se te ve venir cada vez, y mientras por un lado chantajeas a tus seres más cercanos exigiendo una sinceridad que nunca quieres escuchar, sólo cuentas lo que te interesa y todo aquello que te duele lo borras desviando el tema. El día que tu enfermedad reciba un nombre, si es que no eres ya bipolar, podrás ponerlo en tu tarjeta de visita, el gran título que has buscado durante toda tu vida. Qué ingenuos hemos sido confiando en ti cada vez, defendiendo lo indefendible, creyéndonos cada proyecto fallido, sufriendo por tu “mala suerte” mientras nos has estado tomando el pelo a todos, y sólo porque te han dicho “no vayas” has ido y sólo porque te han dicho “no hagas” has hecho. Y no has dicho nada, pensando que si de algo no se habla, es que no ha sucedido. Endosando tu responsabilidad a otras personas que bastante ya han sufrido. No has parado de pedir, y los demás nos hemos tenido que conformar contigo.
A mi no me cuentes nada. El movimiento... andando. Y partiendo de la base que a una embustera nadie la cree, por lo que a mi respecta me puedes llamar Satanás o decir Puta. Tienes mucha experiencia ya en el autoengaño. Pero todavía no sabes, que no hay viento favorable para quien no sabe a donde va.

Si al ver que dando la nota se te dio un poco de importancia, te pusiste de abanderada del centro del universo a ver si todos girábamos a tu alrededor... te perdiste la parte en que todos tenemos ya nuestra vida, que todo lo que hagas o digas sólo es eso: Lo que una desequilibrada necesita para poder dormir tantas horas, tantos días. A tí no se te disfruta.

Se te padece.

18 mayo 2006

Belleza

Caminaba por aquel callejón oscuro, siempre lleno de prostitutas, ladrones y demás seres de la noche... Podría haber escogido el otro camino, el largo, pero esa noche algo quiso que Robert cogiese aquel camino. Quizá fueron las prisas por ver a su amada Dana, o la niebla que le impedia ver más allá de su propia nariz...
La cuestión es que allí estaba él, un chico de 27 años, alto y atractivo (sobretodo por su aspecto de burgués adinerado) caminando por un burdel ambulante con miles de mujeres ansiosas por seducirle y poder así, subsistir en el duro Londres. Los ladrones en cambio, ya estaban demasiado borrachos a esa hora como para prestar atención y se concentraban en contar lo que ese día habían "ganado".
Robert llegaba ya hacia al final de la calle cuando entre la niebla se difuminó una extraña silueta. Parecía una mujer... Llevaba una capa de terciopelo rojo que le cubría todo el rostro, menos los labios, unos labios rojos que seducían y atraían. Él supo muy bien que no era una prostituta, su aura desprendía sensualidad, pero también una elegancia innata que se ensalzaba con su cabello rubio y rizado. Robert se quedó embobado y en dos segundos, la silueta se perdió. No podia ser... era imposible que aquello hubiese sucedido.
Robert salió corriendo y llegó a su casa asfixiado. Dana le esperaba inquieta y con su posado inigualablemente dulce. Esa noche no consiguió dormir.

Al día siguiente volvió a coger el mismo camino, deseaba ver el rostro de aquella mujer, era una necesidad. El callejón seguia igual: las mismas prositutas, los mismos ladrones contando "su" dinero... Y llegó al fin hasta el sitio donde la encontró. Y allí estaba ella, que se acercó. Robert sintió como su alma se excitaba y su cuerpo deseaba tocarla, pero fue ella la que lo tocó, su mano suave acarició su cara.
Y entonces fue cuando le vio... Sus ojos eran completamente blancos... y la empujó hacíendola caer en el suelo embarrado.
Robert salió corriendo... deseó no haberse acercado jamás a esa mujer, su crueldad surgió desde un rincón inhóspito de su alma y se apoderó de su ser...

Al llegar a su casa cerró la puerta con fuerza y fue a ver a Dana... Vio su cabeza que se asomaba por encima del sillón, le llamó pero nadie contestó. Cruzó el salón hasta que estubo en frente de ella.
Dana no tenia ojos, se los habían arrancado y de su cara caía aún sangre...
Robert no pudo creer lo que veía y caió al suelo, donde encontró una nota:


“La belleza reside en el alma de aquellos que consiguen ver sin ojos... Más allá de la luz existe una oscuridad eterna e infinita que arrastra al débil y lo convierte en su siervo y mata al fuerte de tristeza.”

16 mayo 2006

Azul cielo

Sus ojos me observaban . Unos ojos cuya mirada azul cielo penetraba en mi a modo de afilados cuchillos. Sólo había en esa mirada adolescente, terror ante la amobinable presencia de este monstruo salido de un dantesco averno.

Sobre un charco de sangre yacía inerte el cuerpo de quien yo había disfrutado una y otra vez al cobijo de la noche oscura y taciturna, en un callejón perdido de la mano del Santísimo. El profundo corte en el cuello le hizo perder tanta sangre que la muerte inevitable no tardó en llevársela.

Una camiseta ajustada hecha jirones, apenas servía para cubrir la desnudez de su torso, pues el resto de las ropas enseguida hice desaparecer arrojándolas lejos, allá donde no pudieran volver a taparle. Su piel, tras la muerte, se volvió groseramente nívia, tanto que lo que me había sido objeto de placer, comenzó a causarme repulsión; esa palidez cadavérica, sus labios grises y agrietados... Pero sus cabellos… A pesar de la repulsión que sentía seguía acariciando su revuelto pelo moreno manchado de sangre, y aún podía sentir el olor de crema elaborada con aceite de almendras. Ofrecía un aspecto patético, aunque todavía se podía vislumbrar su belleza perdida, que hubiera poseído al menos una decena de años mas de no haberse cruzado con ese demonio.

Y esos ojos, seguían mirándome. ¿Cómo es posible tal expresión de horror en alguien que ya pasó a mejor vida?. Un último rayo de luz se negaba a abandonarnos. Por supuesto, yo no podía permitir que ese ultimo brillo se apagará para siempre; no podía ni debia dejar a merced de los gusanos, implacables aliados del tiempo, el azul cielo de esos ojos.

A cada caricia de mis dedos parecían moverse de forma imperceptible. Los dos globos oculares, ya sin cuerpo alguno que los llevase hasta la podredumbre, flotaban en el cloroformo que los habría de hacer inmortales. Lo que en ese tarro de crital guardaba no sólo eran los órganos mutilados de su víctima, sino el recuerdo que debía permanecer allí encerrado por los siglos de los siglos. El recuerdo… el rostro de sufrimiento, los grises de puro dolor, el llanto, el débil cuerpo que intenta escapar de mi abrazo de serpiente, la navaja penetrando y acabando con la vida… Porque esos ojos seguían hablándome desde el líquido cristalino, pidiendo clemencia al tiempo que sentía terror. El rayo de luz, no nos había abandonado.

Los días pasaron, como también pasaron las noches. El insomnio seguía sin dejarme dormir, hacía semanas, o incluso meses quizás, que no conseguía conciliar el sueño por breve que fuera éste.

Pero entonces, fue distinto. En vez de pasar la noche perdida en tortuosos pensamientos criminales, me dediqué a comtemplar el color azul que me miraba desde el cloroformo. Así fue durante las tres siguientes noches. A la cuarta noche, decidí acabar con el insomnio durante esas horas tomando varias pastillas tranquilizantes. Y, ¿por qué hasta entonces no hice tal cosa si el no poder dormir me era un suplicio?. Porque el hecho de perderme en crueles pensamientos de dolor ajeno era el único hilo de felicidad que me unía con la vida. Y enseguida me sumergí en el extraño mundo onírico, pero una mente perturbada como la mía no puede tener pesadillas en vez de apacibles sueños.

Allí estaba la joven víctima, semidesnudo, tal como le recordaba antes de que muriera; esos ojos, más bellos que cualquier otra cosa que pueda venirme a la memoria, me observaban apacibles. Al acercarme a él, pude acariciar su rostros sonrosado y lleno de vida y acariciar sus cabellos recién lavados con aceite de almendras. Entonces por la parte interior de sus delgadas piernas unos hilos de sangre se deslizaban hasta llegar al suelo formando un pequeño charco a sus pies. En su cuello un surco se abrió cruzando la garganta y expulsando gran calidad del rojo liquido vital. Comencé a correr. Después de hacerlo tan rápido, como el mismo viento, creyendo que ya estaba lejos de él, sentí su presencia. De nuevo, reanudé la carrera. Cuanto más se acercaba a mí, mis pasos se volvían pesados y lentos; intentaba moverme lo más rápido posible pero cada vez me costaba más mover las piernas, hasta quedar totalmente paralizada. Sus manos, que se habían vuelto pálidas, me agarraron violentamente. Qué horrible visión la de su rostro cadavérico con las dos enormes cuencas sangrantes allí donde antes estaban los dos preciosos ojos azules. “Quién fue quién acabó con mi felicidad, me quitó la vida para saciar su maldito deseo, y ahora, quién debe de pagar por ello”. Esas fueron sus palabras, con voz demacrada, como grito que sale desde el interior de la tumba, “ Pagará por ello”.

Empapada en sudor desperté ya bien entrada la tarde. Al tiempo dos sensaciones me invadían; sentía una enorme presión en el pecho, síntoma de haber llorado amargamente; y un cierto alivio al comprobar que todo había sido una pesadilla. En esos momentos le día gracias a Dios, porque sólo fue eso, un mal sueño provocado por los tranquilizantes. Me levanté pesadamente de la cama, con los músculos yertos debido a la cantidad de horas dormida, y con un sudor que me martilleaba la cabeza. Pero ninguna sensación tan monstruosa podía asemejarte a la que me esperaba. ¡Cuánto horror es posible presenciar!, ¡Qué visión tan espantosa hallé dentro del tarro de cristal!. Allí seguían los dos ojos que yo tanto había amado durante esas noches de silenciosa contemplación; mas, ¿dónde estaba la expresión de miedo que me había cautivado?. El color cielo desapareció para siempre, y en su lugar un gris apagado cubría iris y pupilas, como una nube tormentosa que impide ver la claridad de la luz de esos ojos azul cielo.

Quizás fuera debido al efecto corrosivo del cloroformo, o puede que fuera su destino el que el último rayo de luz los abandonará. ¡Qué falsa ilusión el querer conservar eternamente una mirada de forma tan burda!. Sudores fríos me invadieron; la cabeza me daba vueltas mientras que mis entrañas se revelaron para salir de mi cuerpo de vómitos. Y después de echar todo lo que había comido la noche anterior volví, con cierta inocencia y mucho miedo, a comprobar que tan sucia transformación no era más que otra pesadilla. Me equivoqué. Y las palabras que dormida me habían amenazado volvieron a retumbar en mi cabeza: “Quién fue quién acabó con mi felicidad, me quitó la vida para saciar su maldito deseo, y ahora, quién pagará por ello”. Un grito salió espontáneo de mi garganta, un grito lastimero y patético que pedía clemencia. Volví a mirar esas dos uniformes masas grises que flotaban en el líquido y de nuevo la voz retumbó, con tono aún amenazante, “¡Pagarás por ello!”, “¡arderás en el infierno de la eternidad!”. Un último intento desesperado me llevó a tirar por la venta el tarro de cristal. En el breve instante que duró el vuelo desde el séptimo piso me embargó la esperanza de que las voces se irian de mi cabeza. Hasta que un grito lejano proveniente de la calle me sacó de tan vana ilusión; alguien encontrado los dos horribles ojos grises apastados con el pavimento.

02 mayo 2006

Todo lo que no te digo

Todo lo que no te digo no cabe en una página.
Ni en un libro.

No te digo que me amargas,
No te digo que me agotas, que me matas, que me muero
Que después de tantos días, todavía te recuerdo
No te digo que te odio ni que ahora no te quiero
Que no te soporto, que ya no puedo
Que no hay nada más triste que lo tuyo
No te digo que no
No te digo que sí porque no sé hasta cuándo
Que no me grites, que no te enfades, que no llores tanto
No te digo que me hables porque no quiero escucharte
Ni que entres o que salgas
Ya te he dicho que me amargas?

No te digo lo que siento porque no quiero encontrarte
No me busques en tu mundo porque voy a abandonarte
No te digo que te vayas ni te digo que te quedes
No te digo lo que sufro, ni te cuento lo que duele
No te digo que no me toques, que no me mires, que me gasto

No te digo nada de esto porque ya no tengo ganas
Porque ya no tengo sueños
Porque ya no tengo nada
No te digo lo pienso porque nunca te interesa
No te digo que me llames, no te digo que me quieras
No te digo que me escuches, ni tampoco que me entiendas
No te digo que me importas, porque no me importa nada
Que digas que hagas, que entres o que salgas

Y así va pasando el tiempo mientras yo sigo encerrada
No puedo decirte todo, solo puedo estar callada