04 julio 2006

Ojos verdes

Recurso de hombres en pena, almas medio muertas que me compran y después me tiran. Medio llena. Medio vacía.
Vivo la mitad de mi existencia entre sus manos locas que nunca sabes donde te van a dejar y después, cuando han curado sus penas, me tiran, me estrellan contra una farola, y mis miles de pedazos verdes y cortantes se esparcen por las aceras siendo yo entonces el peligro andante del que todo el mundo se olvida, cuando ve aquellas antiguas ánimas urbanas convertidas en patéticos “nuevos felices”.
Nuevos felices que mal disfrutan de su estado de embriaguez.
Nuevos felices que al pasar al estado de doble dolor, dolor físico, dolor psíquico, se sienten mal, sucios, malolientes y apestados de una sociedad que no comprenden y que tampoco intentan ver con otros ojos, con ojos vivos, ojos sin pena.
Penas que no desaparecen conmigo, que se acentúan más aún, si cabe, y que continúan a la mañana siguiente junto con el dolor de cabeza, de pensamientos, junto con la rabia contenida por no poder dar marcha atrás en el tiempo y corregir los errores, las palabras dichas y las no escuchadas por unos oídos ciegos al murmullo de los te quieros.
Para esto sirvo.
Por qué no podré ser una de esas botellas que llevan las penas contenidas de otro modo. Una de esas que flotan a la deriva en océanos inmensos como las letras que húmedas de sal descansan en su interior, esperando ser recogidas tarde o temprano por la arena, por unas manos cálidas, por una mente enamoradiza dispuesta al amor y al perdón.
Pero como alguien me dijo una vez, todos tenemos un cometido y un destino en la vida que nos toca vivir, si soy lo que soy será por que así ha de ser.
Mi cuerpo de botella ya no puede cambiar su destino. ¿Y tú?

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