04 junio 2006

El olmo

El olmo al borde del camino decidió dar peras. Desde antaño se sabía que el olmo, con sus hojas asimétricas, tenía mucho carácter y sólo dejaba de ser un arbusto cuando él lo decidía. Así que en el pueblo no extrañó demasiado cuando el olmo del camino presentase esa año rotundas peras pendiendo de sus ramas. Los viejos del lugar comentaban que cuando uno se acostumbra a ver llover ranas nada queda ya sorprendente. Sin embargo, coincidió que un botánico de la capital estaba esos días de turismo rural en una casa del pueblo con aire acondicionado, jacuzzi, televisión vía satélite e internet. En un principio creyó la posibilidad de una broma rústica, como esas que había oído contar de incendiar el pajar en los que una pareja intimaba o, más modernamente, despeñar el coche (lo moderno) en el que una pareja intimaba (lo eterno). Pero una inspección ocular en profundidad de las frondosidades del olmo, tronco, ramas, hojas, flores y yemas, descartó cualquier posible manipulación humana. Arrancó una rama como muestra de esa aberración de la naturaleza y la mandó analizar a un laboratorio de renombre d la ciudad. El resto de las vacaciones del botánico fueron un continuo ir y venir hasta donde el olmo estaba, sopesando las peras a dos manos para apreciar su crecimiento, para sonrojo de las beatas que pasaban camino de misa, y tomando fotos desde todos los ángulos posibles, incluso encaramándose al castaño que desde el otro lado del camino permitía una perspectiva aérea y, al romperse el asidero, una perspectiva a ras de suelo. Cuando ya no se esperaba, una mañana de calor canigular llegó la respuesta del laboratorio de la ciudad que el botánico leyó con avidez: "El olmo con peras del cual procede la muestra es la excepción que confirma la regla".

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