06 julio 2006

Despedida en un espejo

El suelo estaba helado. El tembleque de su cuerpo le hacía perder el conocimiento por segundos. Notaba el gusto de sangre en la boca, y el dolor que tenía por todo el cuerpo. No tenía ni una pizca de fuerza para moverse. Se quedó durante mucho rato, tumbada tal y como la había dejado. Perdió el conocimiento, y cuando abrió los ojos el anochecer le acariciaba el cuerpo. Sus lágrimas eran amargas, desquiciadas. Se arrastró hasta el lavabo, para desinfectarse las heridas, aunque sabía que estaban secas por el rato que llevaba en el suelo. Gritando por el presente dolor, iba impulsándose con la punta de los dedos hasta llegar a la pica. Cuando se vio en el espejo, casi dio un brinco tremendo. La cara, magullada. Tenía la ceja rota, los labios hinchados y un moratón en el ojo. Estaba sudando, el pelo estaba enganchado a la cara. Se daba asco. La paliza que le había metido la humillaba. Se miró la falda, y estaba sangrando. Dio un grito que espantaría hasta la misma luna... Toda la falda sangraba... Su única alegría en estos meses, perdida. Su intento de hijo, un fracaso. Había abortado. Chilló hasta que sus pulmones se ahogaron, hasta que su sangre brotaba con tal fluidez de su sien que la mareaba. Cayó al suelo en redondo, llorando.
Pero que podía hacer ella... no podía irse así como así del infierno. Le quería hasta la locura, moriría por él. Aún así sabía que ese no era el motivo por el que no se alejaba de aquel hombre.

- Como un día se te ocurra irte de casa, te juro que te mato a ti y a los niños, y no lo dudaré. Eres la mierda más grande del mundo, mírate... das asco -dijo riendo-. Límpiate la sangre, pedazo de puta.

Una amenaza de muerte siempre daba miedo, y más conociendo a la persona de quién venía.


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Dio su último trago a la cerveza, y rápidamente se pidió otra, balbuceando palabras de un borracho fracasado.
Ahora se sentía un poco mejor, se había desahogado con su mujer. Él, aunque no lo quería admitir, sabía que no le pegaba porqué no había leche, o porqué ella no había preparado la cena que a él le gustaba.
Sabía que era un hombre sin futuro, siempre estancado en el mismo sitio, sin moverse. Su propia amargura la sonsacaba a puñetazos contra ella, así él se sentía poderoso, se sentía con el derecho a hacer con ella lo que quisiera. Se puso a reír. Era una mujer tonta, y las mujeres no valen una mierda. Son estúpidas, solo sirven para fregar los platos y para hacerle una repasada al interior de su bragueta. Para nada más.
Después de unas 6 cervezas más, se fue a su casa balanceándose. Y ahí vio a su mujer, tumbada en el suelo del lavabo ensangrentado. No se asustó cuando supo que no respiraba.
Miró al espejo, y con sangre había letras malformadas. "Muérete, cabrón". De una carcajada, cerró la puerta del baño.


Ella no murió de dolor. Murió de pena.

Blogger Diana said...

ola sistr!ace tiempo que no cmento .Supongo que no es otra cosa que vagancia...infinita vagancia y poquito tiempo para podr star vaga asique encuanto puedo,voy al sofa!jejejeje
es una pena lo q pones y si pudiera mataria a todos esos capullos de mierda que tratan asi a sus mujeres,son unos cabrones!grr,dejo el tema q m cabreo muxo muxo.te kero cn lokura!


besotees!

07 julio, 2006 15:03  

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