28 enero 2006

Salir de marcha

Hay una pregunta que todo los padres se han hecho alguna vez: "¿Qué hacen nuestros hijos cuando salen de marcha?". Y no me extraña, porque cuando los hijos salen por la puerta les dicen:
-¿A dónde vas, hijo?
Y el hijo:
-Pues... por ahí.
-¿Y con quién?
-Pues... con una gente.
-¿Y qué vais a hacer?
-Pues... dar una vuelta.
¿Y saben por qué los hijos son tan inconcretos? Pues por una gran verdad que todos los jóvenes saben, pero ninguno se atreve a reconocer. Y como yo esto de la juventud lo estoy dejando, me da igual y lo digo: el 99,9% de las veces que sales de marcha es un auténtico coñazo. ¿Pero por qué seguimos saliendo? Pues porque siempre pensamos: "¿Y si no salgo... y luego pasa algo emocionante...? Y, sobre todo, ¿y si ligo?".
Sí, porque no falla: basta que un día no salgas, para que te digan tus amigos:
-¡Tio! ¡Ayer fue la leche...! Acabamos con unas finlandesas bailando en un tren de lavado.
Y tú pensando: "Joder, y yo como un imbécil en casa viendo el programa del Moreno... que me lo podría haber grabado".
Así que, claro, el sábado siguiente, aunque pienses que va a ser un rollo, sales.
Y esto es lo que realmente ocurre en casi todas las noches de marcha: diez de la noche. Quedas con toda la peña para cenar. Y siempre elige restaurante un tío al que yo llamo El Scotex. Sí, porque es uno que se ha aprendido el truco de que cenar en restaurantes caros y pagar a escote, es un chollo... y aprovecha para pedir lo más caro. Lo malo es que , para evitar que te time, te picas: ¿que pide bistec? Tú, solomillo. ¿Que pide gambas? Tú, centollo.
Y cuando llega el postre estás tan lleno, que te tomarías un cafelito, y ya está, pero El Scotex dice:
-Para mí una tarta de chocolate con salsa de frambuesa y láminas de menta.
Y tú piensas: “Joder, me va a salir el cafelito a 1.500 pelas”.
-¡Pues para mí una mousse… de jamón ibérico… y láminitas de menta!
Y al final el cafelito te sale por seis mil. ¡Ja, que se joda!
Doce de la noche… Acaba la cena. Y a mí siempre me surge la misma pregunta: ¿por qué no se decide el sitio a donde se va a tomar la copa durante la cena? Pues no, hay que decidirlo en la calle, muerto de frio:
-¿Y si vamos a Pingo’s?
-Uy, no Pingo’s no, que estará hasta arriba.
-Bueno, ¿y si vamos a Funchi’s?
-No, Funchi’s no, que la música es muy mala…
¿Y al final cómo se resuelva esto? Pues como siempre, con indefinición. De repente alguien tiene una idea brillante:
-Oye, vamos al centro y allí veremos…
Y esta frase es mágica: convence a todo el mundo. ¡Yo creo que por eso el PP la copió: “Oye, vamos al centro y allí veremos…”!
Una de la mañana. Llegas al centro y hay que encontrar aparcamiento. Y vale cualquier sitio con tal de que quepa el coche: en un vado, encima de la acera, dentro de un contenedor… Y por primera vez en toda la noche, sientes que estás de marcha. Sí, porque tienes que andar cuatro kilómetros desde donde aparcas hasta la discoteca.
Las dos menos cuarto. Por fin llegas, y ya, tranquilamente, puedes… ponerte a hacer cola. Las colas de las discotecas son las únicas que haces sin saber si al final te van a dejar entrar. ¿Se imaginan hacer cola en la frutería y que al final no te vendieran los kiwis? “No, a usted no le vendo kiwis, que lleva calcetines blancos, ¡el siguiente!”.
Pero si tienes suerte, a las dos y cuarto consigues entrar. Y pasas de la marcha al rafting. Sí, porque en las discotecas, la gente se organiza en riachuelos. Y tú te colocas en uno, pensando que va a la barra y de pronto te ves en la puerta del baño: ¡mierda! Y ves que todos tus amigos han cogido el que va a la barra. Así que intentas avanzar contra corriente, pero no puedes… y les gritas:
-¡Voy al baño pero no os movááááis de ahíííí!
Pero no cuentas con que las discotecas tienen una capacidad de movimiento propia, como las mareas. Y cuando por fin llegas a la barra, tus amigos han sido transladados a veinte metros. Y en ese momento empiezas a acordarte de lo bien que se está en tu camita… pero vuelves a caer en la trampa: no me voy, que deben de estar a punto de aparecer las finlandesas con una ficha para el tren de lavado.
Así que continúas la expedicion, y después de media hora consigues llegar hasta ellos, con la copa en lo alto, como si fuera un trofeo, y te dicen:
-Oye, bébete eso rápido, que nos vamos a otro sitio.
-¡¿A otro sitio?!
-Sí, ¿a dónde te apetece a ti?
-A mí, con lo que me ha costado conseguir la copa, ¡a la Cibeles a celebrarlo!
Pero salta uno:
-Vamos a Cunclis que cierra a las diez de la mañana…
Así que después de estar toda la noche por ahí, sudando, bebiendo y fumando, acabas en un sitio lleno de gente sudada, bebida y fumada. Sí, porque no es muy difícil saber qué tipo de gente vamos a un sitio que cierra a las diez de la mañana: los que no hemos pillado en toda la noche y vamos pensando: “Me quedan dos horas para pillar, voy a machete. Me vale lo que sea, si pesa más de treinta kilos y se mueve… Ahora, si es aquí donde pillaron mis colegas a las finlandesas, no me extraña que las llevaran al tren de lavado”.
Al final sales de allí a las diez de la mañana, sin haberte comido nada. Y de pronto ves en la puerta… un puesto de bocadillos de jamón. Que no es ibérico, que no es de bellota… Yo creo que ni siquiera es jamón… pero a esa hora te comerías un guarda jurado.
En fin, que si no sabían lo que es salir de marcha, yo se lo resumo: dos horas peleándose con El Scotex, media hora discutiendo con tus amigos, hora y media aparcando, cuarenta y cinco minutos caminando, hora y veinte haciendo cola, y media hora vomitando.

22 enero 2006

Examenes

1.- Llegada (demasiado temprano) al lugar del examen.
2.- Repaso compulsivo y totalmente infructuoso de los apuntes.
3.- Fase de cachondeo nervioso pre-examen.
4.- Entrada atemorizada al aula donde va a perpetrarse el examen.
5.- Reparto de los folios para el examen ("¡¿Cinco Folios?!" dicen algunos)
6.- Reparto de las hojas de preguntas ("En algo tan pequeño no pueden caber muchas preguntas" dicen algunos infelices).
7.- Vuelta de la hoja y descubrimiento de que usan un tamaño de letra 5 o más pequeño.
8.- Carcajada histérica.
9.- Resoplidos varios y llevadas de manos a la cabeza automáticas.
10.- Descubrimiento de que con lo (poco) que se recuerda no se puede contestar ni a la mitad de las cuestiones.
11.- Intentos vanos de copia (con el subsiguiente descubrimiento de que el de al lado tiene menos idea que tú).
12.- Fase de derrumbamiento, desesperación, impotencia y espera (ya que está feo entregar el examen tras solo diez minutos).
13.- Entrega del examen y huida del lugar del crimen.
14.- Fase de cachondeo nervioso post-examen.
15.- Fase de exclamación de palabras soeces ("Esto no entraba...", "me clavaron", y demás).
16.- Comparación de resultados (comprobando que no hay dos personas con las mismas respuestas, o mucho peor: todos coinciden menos tu. {-tipico-}).
17.- Fase de consulta compulsiva de los apuntes (cuyo único resultado es empeorar el estado de ánimo del consultante).
18.- Fase de declaración de principios: "Ya no voy más a... (Macroeconomia, Derecho, Algebra...)"
19.- Fase de negación ("¿Examen? ¿Qué examen? Yo no he hecho ningún examen").
20.- Fase depresiva post-traumática y elaboración de planes para eliminarla: -"Necesito pegarle a alguien"

05 enero 2006

La Navidad es para los niños

La Navidad es para los niños.
Por eso compramos angulas a cuarenta mil pesetas el kilo... ¡Por los niños! Por eso nos arruinamos comprando lotería... ¡Por los niños! Y por eso nos emborrachamos... ¡Por los niños! ¡Lo que sea con tal de que ellos se lo pasen bien!
Vamos a ver: yo creo que ya somos lo suficientemente maduros para decir la verdad. En Navidad utilizamos a los niños como excusa para disfrutar nosotros y tirar la casa por la ventana. Es como cuando tu hijo tiene seis meses y su padre le compra un Scalextric... ¡Muy bien!
Todo comienza el día que en el colegio hacen el belén viviente. Una superproducción donde no se repara en gastos con tal de que los niños se expresen. Por eso las dan papeles... de oveja, de palmera, de nube... A una niña le ponen un camisón y unas alas, y la cuelgan de una cuerda... ¡Para que disfrute! La pobre niña no tiene ni idea de lo que dice:
-Os ha nacido hoy en la ciudad de David un salvador que es Cristo Señor. ¡Hosanna en el cielo!
¡Que natural es todo...! ¡Y qué bien se lo pasan los niños...!
Y, con el calor que hace allí dentro, les ponemos un gorro de lana, un chaleco de borrego y un zurrón... Y el niño:
-Mamá, ¿por qué no me puedo poner el traje de hombre araña?
-Porque ser pastor es más divertido... ¡Pero si hasta llevas un queso en la mano!
-¿Y por qué el hombre araña no puede llevar un queso en la mano?
-¡Porque no! ¡Anda, sube y diviértete!
Y el niño llorando:
-Pues si yo fuera el niño Jesús me haría más ilusión que me trajera el queso el hombre araña.
¡Si es que la Navidad es una fiesta continua para los niños! Por eso les dan vacaciones, y por eso los padres les preparamos diversiones infantiles... como ir al centro.
Ir al centro es una actividad familiar que consiste en ir a un sitio abarrotado de gente... a perder al niño. Tú estás mirando un bolso de piel de potro de un color ideal, cuando de repente, el niño desaparece. Tú, pegando gritos entre la multitud:
-¡¡¡Alvaritooooooo!!!
Pero no lo ves, porque un de los defectos más grandes de los niños es que son bajitos... Cuando por fin lo encuentras, el niño está llorando, echando mocos, con la bufanda arrastrando por el suelo... Pero... ¡feliz, muy feliz! ¡Y es normal! ¡Esto no se le olvidará en la vida! ¡Son vivencias! ¡Vivencias que les das!
Otra de las cosas que les divierte a los niños en Navidad es ir a visitar a la familia. ¡Lo están deseando!
-Esta tarde no vais a ver la tele ni a jugar, vamos a ir a ver a los tíos.
Para un niño, una visita familiar consiste en que unos señores a los que sólo ve una vez al año le estrujen, le babeen y le pellizquen la cara mientras le dicen cosas como:
-¡Qué mayor estááá...! Cada vez se parece más a la abuela Brígida.
Que el niño pensará:
-Así es que me parezco a la abuela, ¡pero si no tiene dientes!
Menos mal que después sacan el turrón. El turrón es otra cosa pensada para los niños... De ahí las marcas: La Bruja, El Lobo... ¡Pero si hay hasta turrón de coco! ¡De COCO! Que ya sólo falta que saquen el turrón de El Exorcista.
Si es que lo mires por donde lo mires, en Navidad todo son referencias a los niños. El Día de los Inocentes. Aquí conmemoramos que Herodes se cargó a todos los niños de Israel. ¿Y cómo lo celebramos? Poniendo bombas fétidas... Diciendo mentiras en los telediarios... ¡Qué gran ejemplo para los niños!
Ahora, donde los críos ya se lo pasan de muerte es en la cabalgata de Reyes. Aquí los padres les subimos a hombros para que unos concejales con peluca les tiren caramelos a la cabeza: "¡Al mío, al mío! ¡Tírale al mío!" Y cuando les dan: "¡Qué suerteeee...! ¡Te han dado...! ¡Oléééé!".
Pero no les hacen daño, ¿eh? Porque envolvemos a los niños con tanta ropa que van blindados como Robocop: la camiseta, tres jerséis, el anorak, la bufanda, las botas, el pasamontañas... Moverse, no se pueden mover... ¡Pero ya les puedes tirar caramelos, ya! ¡Les rebotan!
Alguno de ustedes puede pensar que los niños ya no se lo pueden pasar mejor... Pero no, todavía les queda la mañana de Reyes.
Ellos se han acostado emocionados recordando lo que pusieron en la carta:

Queridos Reyes Magos: Como he sido muy bueno este año, quiero la Playstation dos. La de ochenta mil. Mi madre me ha dicho que pida un chándal que vimos en Miniprecio, de unos muñecos muy parecidos a los Teletubbies. Tráeselo a ella, que a mí no me gusta. A mí tráeme también el balón de Nike, de la liga, el barco pirata de Playmobil, un patinete de aluminio y, por favor, no me traigáis más puzzles de Educa.

Al día siguiente, el niño a la siete de la mañana:
-¡Han venido los Reyes! ¡Han venido los Reyes! Papá, me han traído el chándal de Miniprecio... Papá, en vez del balón de Nike, me han traído uno del Banco de Santander... Y en vez de un patinete, unos calcetines de deporte... ¡¡Papá!! ¡¡¡Papááááá: déjame jugar con la Playstation, que llevas tres horas jugando tú!!!
Y es lo que yo digo: la Navidad es para lo niños.